Visitar Jaca es sinónimo de sorpresa e inmersión en la historia, hoy os daremos un motivo más por el que no os podéis perder la visita en esta tierra que alberga tantos tesoros como el Real Monasterio de San Juan de la Peña.
En otros artículos de nuestro blog hemos hablado del Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y del Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña.
Hoy queremos ampliar información y hablaros del Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, cuyo incendio en el año 1675 fue la razón de la construcción del Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña, que se encuentra 2km mas arriba.

El Real Monasterio Viejo de San Juan de la Peña fue el monasterio más importante de Aragón durante la Edad Media, esta situado en Botaya, al suroeste de Jaca (siguiendo el Camino de Santiago en dirección a Pamplona, existe un desvío que nos lleva al monasterio).
El Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, una joya del románico, esta cubierto por una roca cuyo que le da parte del nombre, aparece perfectamente mimetizado con su espléndido entorno natural y comienza su amplia cronología en el siglo X como refugio de las comunidades cristianas asediadas por los musulmanes.
El Monasterio Viejo fue mandado a erigir por Sancho Garcés III (conocido como Sancho el Mayor) en un lugar donde ya habría existido un cenobio anterior.
El edificio original fue destruido a finales del siglo X y reconstruido en el siglo XI por orden de Sancho el Mayor de Navarra, dando comenzó a su época de esplendor, gracias a los primeros reyes de Aragón, que dotaron el edificio de bienes, poder e influencia.
El Monasterio Viejo de San Juan de la Peña sufrio dos importantes incendios. El primero, en 1494, de menor envergadura y del que se recuperó con mayor rapidez y el de 1675 tras el que los monjes abandonaron el Monasterio Viejo y construyeron un nuevo monasterio (el conocido como Monasterio Nuevo), barroco, en lo alto de la colina, en un esplendido prado conocido como Llano de San Indalencio.
El Monasterio Viejo tiene varias estancias superpuestas construidas en diferentes épocas entre las que destacan:
La iglesia prerrománica o iglesia baja, donde se pueden observar pinturas murales de San Cosme y San Damián.


La Sala de Concilios (antiguos dormitorios monacales) situada junto a la iglesia baja.

El Panteón de los Nobles, camposanto en forma de nichos que fue utilizado por la nobleza aragonesa de aquella época. En el Panteón existen 22 tumbas empotradas en la roca.

En la Iglesia Superior encontramos el Panteón Real, un apéndice añadido posteriormente, de estilo neoclásico y que no encaja con el estilo general del monasterio. En el Panteón Real están enterrados muchos Reyes aragoneses.




El claustro románico de San Juan de la Peña, una verdadera joya y la obra mas bella de este monasterio, consiste en galerías con capiteles que reflejan la perfección y recogen escenas de la historia sacra. Representan además una obra cumbre en la escultura románica española. En los distintos capiteles podemos observar momentos del Antiguo y Nuevo Testamento, escenas como la de la Creación de Adán y Eva o el Pecado Original, el ciclo de la Anunciación, la Visitación, el Anuncio a los Pastores, la Matanza de los Inocentes. En los capiteles están representados también escenas de la vida publica de Jesús, como la Pesca Milagrosa, las Bodas de Caná o la Curación de Lázaro. Sobre el claustro románico se cuenta que aquí se custodió durante siglos el Santo Grial.


Leyenda
El Monasterio viejo de San Juan de la Peña tiene también una leyenda que cuenta que a principios de siglo VII un joven noble de Zaragoza, que se llamaba Voto estaba de caza por esta zona cuando avistó un ciervo. El corrió tras la presa, pero al llegar al monte Pano, cayó con su caballo por el acantilado de la sierra de la Peña. Habiéndose encomendado en su caída a San Juan Bautista, se posó el caballo con suavidad en una roca. A salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Tras el descubrimiento volvió a Zaragoza muy impresionado, vendió con su hermano Félix sus bienes y se retiraron en la cueva para iniciar una vida eremítica, que marco así el inicio del Monasterio viejo de San Juan de la Peña.